miércoles, 30 de octubre de 2013

UN ESPEJO EN EL SUICIDIO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

Primera frase de "La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo", de Mario Vargas Llosa:

"El novelista peruano José María Arguedas se disparó un balazo en la sien -frente a un espejo para no errar el tiro-".

El hecho al que se refiere nuestro novelista es dramático. La forma cómo lo dice, no: es todo lo contrario. ¿Frente a un espejo para no errar el tiro? Ningún suicida necesita de un espejo "para no errar el tiro". Lo que Vargas Llosa puso como primera afirmación en su ensayo "La utopía arcaica" es simplemente absurdo. 

Entiendo que, generalmente, los que se suicidan disparándose en la sien lo hacen con la boca 
del cañón pegada a esa parte lateral de la cabeza; es decir, es descabellado pensar que pueden "errar" en el disparo. Y si lo hicieran con el arma alejada de la sien, mejor dicho con el brazo estirado, sería materialmente imposible que accionaran el gatillo con el dedo índice para que el disparo les dé precisamente en la sien; en ese caso, lo menos inseguro sería si usaran el dedo pulgar, pero aun así la puntería habría de fallar, incluso (o más aún) si, como auxilio, "monitorearan" su acto con un espejo. Un espejo no es ayuda; al contrario, complica las cosas: el disparo termina desviándose. Siempre, en esas condiciones, el disparo se va hacia otra parte, y cuando eso ocurre, el suicida frustrado, suele reconsiderar su decisión, ¿verdad?

José María Arguedas no se puso frente al espejo del baño, donde se suicidó, para lograr el lamentablemente certero disparo. Pudo haberse tratado, más bien (es mi hipótesis), de la "puesta en escena", frente a sus ojos desesperados, del último drama de su vida; quiso ser, digamos, testigo de su propia muerte. Fue, creo, un acto de terrible poesía sin palabras, con el cual el ser humano que fue José María Arguedas quiso decirse: "Puedo hacerlo. Soy dueño de mis actos, a pesar de todo. Mi destino lo hice yo y yo puedo enrumbarlo y también detenerlo". Y la verdad es que logró cambiar su rumbo. Pero no lo detuvo.


¡Grande, siempre, José María! Y lo amamos.

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