martes, 28 de febrero de 2012

DENEGRILDEBRADT: LA COSA ESTÁ QUE QUEMA!

En realidad, yo no me explico de dónde pudo haber sacado don Marco Aurelio aquello de que la expresión “cuando las papas queman” tiene que ver con la llamada “papa sexual”? No es así. La alusión metafórica que aparece en esta frase popular tiene relación con el tubérculo que, al estar caliente, resulta difícil de ser sostenido por las manos; y cuando decimos “las papas queman” estamos refiriéndonos precisamente a situaciones insostenibles, difíciles, de las que quisiéramos liberarnos o con las que preferiríamos no hacer contacto, con las que no nos sentimos capaces de involucrarnos.

En cambio, si la “papa sexual” estuviera caliente, tal circunstancia sería, más bien, cuando nos gustaría acercarnos; porque eso no es intolerable, sino todo lo contrario: es lo que buscamos, lo que nos atrae a los varones.

Este debate (Denegri/Hildebrandt), como se recuerda, no es reciente; viene desde junio del año pasado, cuando la doctora Martha Hildebrandt publicó en El Comercio una nota en la que habla acerca de la expresión “papa caliente” y dice, al respecto, que se trata, “sin duda alguna de una traducción literal de la más antigua expresión inglesa hot potato.” Tras esto, Denegri, en su programa de la televisión, habló con Marcela Robles y en un momento de la entrevista hizo el comentario en los términos que conocemos. Dijo que la expresión “papa caliente” no proviene de la alusión al tubérculo andino sino de la que popularmente se hace al órgano sexual femenino.

Como se advierte, hasta ese momento la discusión giraba en torno a la expresión “papa caliente”. Ahí está el asunto, pues. No se trataba exactamente, en el razonamiento de don Marco Aurelio, de la expresión “las papas queman”, sino de “papa caliente”.

Y, efectivamente, podría ser razonable lo que dice al respecto: papa caliente es igual a vulva de una mujer infectada con una enfermedad venérea que podría dar lugar a que contagie a alguien, es decir, que “queme” a la persona que pudiera tener contacto con ella.

Pero lo cierto es que cuando alguien -en el uso popular- hace referencia a que una mujer tiene la “papa caliente” no alude a ninguna infección venérea, sino a la “calentura” de la fémina ardiente, deseosa de tener un encuentro sexual (y, si nos vamos al extremo, ninfómana): fulana de tal tiene la “papa caliente” (lo contrario a mujer frígida).

El problema aparece cuando Denegri traslada, ahora sí, el comentario respecto de “papa caliente” a la expresión popular -que es completamente distinta- “cuando las papas queman” (“papa caliente” y “cuando las papas queman” son -no solo textualmente, sino por razón de uso- diferentes). Atendiendo a la explicación que da (aludiendo a enfermedad venérea), nadie, hasta donde entiendo, se alejaría de “las papas (vulvas) calientes” (así, en plural), puesto que la probable relación contagiosa (la que “quema”) se daría con una sola “papa caliente” y no con varias. ¿O es que cuando, por ejemplo, una persona va a un burdel lo hace para “encamarse” (obviamente, sin protección) al mismo tiempo con varias mujeres, eventualmente sifilíticas? No, pues. Se alejaría de una “papa caliente”, de una sola. Pero, en cambio, cuando se habla de “las papas (tubérculo) que queman” aquí sí es legítimo hablar en plural, porque puede, en un plato o en una olla, haber no una sino varias papas calientes y podemos coger más de una y, así, quemarnos las manos; y si esto ocurre, al toque las soltamos. Es decir: se da una situación insostenible.

“Cuando las papas queman” es, pues, la metáfora de una situación con la que no quisiéramos involucrarnos o de la que quisiéramos liberarnos, “zafarnos”, porque “quema” como patatas recién sancochadas.

El hecho de que Juan Álvarez Vita haya considerado en su Diccionario de Peruanismos, para la frase “cuando las papas queman”, una explicación similar a la que Denegri defiende, no es prueba de que lo dicho sea verdad; tampoco lo es el que algunas personas “que pintan canas” se rían de la definición de la señora Hildebrandt. ¿O es que para encontrar explicaciones a frases populares cuyo origen es estrictamente anónimo, hay que documentarse con ese tipo de “pruebas”? No, pues. En estos casos, el camino es “menos académico”: funciona más eficazmente la interpretación y el sentido común.

Hay mucha gente que ha celebrado la posición del señor Denegri. Me parece muy bien. Lo malo es que eso se da -según parece- no solo por la simpatía que él genera en los televidentes, sino por lo antipática que resulta, en gran medida, la doctora Hildebrandt, entre otras cosas, por su confeso y convicto fujimorismo. Esto, obviamente, le quita seriedad a las cosas. Denegri me parece admirable, sinceramente lo digo. Pero creo que no todo lo que dice puede ser admitido como una verdad absoluta. Por ello es que, con todo respeto, me permito exponer mis opiniones discrepantes.

¿Se debe escribir Amazonía o amazonía?

Un escritor y periodista peruano afirma (lo he leído hace unos días) que lo que llamamos Amazonía debe escribirse con minúsculas porque no es un nombre propio, sino común como lo son sierra, estepa o puna. Aquí mi comentario:

 

Amazonía o, como algunos dicen, Amazonia (sin tilde en la i) es un nombre propio, un sustantivo. El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) solo consigna "amazonia" y "amazonio" en su calidad de adjetivos (femenino/masculino) que son sinónimos de "amazónica" y "amazónico", respectivamente. Es decir, para ser más explícito e ilustrativo, si hacemos referencia a un habitante de la región en que se encuentra el río Amazonas podemos, legítimamente, decir "hombre amazónico" u "hombre amazonio". Pero, claro, esto último no suena tan agradable que digamos debido a que no se trata de un adjetivo usual (como igualmente lo reconoce el Diccionario: adj. p. us.), y nosotros ya estamos acostumbrados a la sonoridad esdrújula de la otra forma. El territorio de que hablamos es un territorio amazónico o amazonio. En esto, pues, no existe motivo de discusión. Pero si queremos nombrar con un sustantivo a la extensión verde que ahora ha sido reconocida como una de las siete maravillas naturales del planeta, tenemos que decir (aunque el DRAE no lo considere entre sus más de ochenta mil términos registrados) Amazonía, porque ese es su nombre, legitimado por el uso. Otra cosa: amazonia, por ser un adjetivo (porque en verdad lo es), no es como puna, estepa o sierra (que no son adjetivos sino sustantivos). Esto debe quedar muy claro. Y, por último -tratando de ser concesivos-, si se tratara de un sustantivo o nombre no propio sino común, tendría que ser también igual a "selva" (es decir, sinónimo) y, en tal sentido, sería válido decir, por ejemplo, "la amazonia africana". Y bien sabemos que, por decir lo menos, esto sería absurdo. Conclusión: el sustantivo que nombra a la región de selva que ahora es una de las siete maravillas naturales del planeta, y que nos enorgullece a muchos peruanos, es nombre propio y no común, y debe escribir siempre con "A" mayúscula: Amazonía o, si se quiere, Amazonia.


¿SHIRLEY ES MEDIO HERMANA DE JOEL?

¿Shirley es la medio hermana de Joel?Hace poco un amigo nos dijo que un consultorio del idioma haría mucho bien a los conductores de nuestra televisión. Ahora nos hemos dado cuenta de que también les hace falta a los guionistas y a los actores. En la serie "Al fondo hay sitio", evidentemente siguiendo un libreto, todo el mundo -refiriéndose a "Shirley", la hermana de padre de "Joel"- dice "medio hermana", usando un absurdo y disparatado adverbio. Lo correcto es decir "media hermana". Nos explicamos. Hablar de “medio hermana” sería indiscutiblemente correcto si, por ejemplo, estuviéramos refiriéndonos a una amiga muy íntima, aquella que está cuando la necesitamos, solidaria, cariñosa, que es casi como una hermana, es decir, una medio hermana. Cosa distinta sería si fuera hija solo de nuestro padre o de nuestra madre. En este caso estaríamos hablando, sin ninguna duda, de nuestra hermana. Solo que por el hecho de no ser hija de los dos seres que nos dieron la vida la llamaremos “media hermana”, ya que popularmente hemos asumido –por decirlo de alguna manera- que el “cien porciento” de vínculo sanguíneo solo se da entre hermanos que son hijos de la misma pareja progenitora. Y, gramaticalmente, hay que entender además que un sustantivo (hermana) solo se modifica por un adjetivo, lo que no puede ser hecho por un adverbio.

¿VASO DE AGUA O VASO CON AGUA?

¿Vaso de agua o vaso con agua? La televisión, ¡cuándo no! Pareciera que los genios de la pantalla están empeñados en “corregir” el “mal uso del idioma”. He aquí un tema. ¿Quién no dice comúnmente, “alcánzame un vaso de agua”? Todos, desde siempre, lo decimos. Pero ahora resulta que hay quienes creen que esa es una manera incorrecta de hablar; dicen que lo que debe decirse es: “alcánzame un vaso con agua”. Y, bueno, la verdad es que ninguna de las dos es incorrecta; pero el significado no es el mismo. Si yo digo “un vaso con agua” estoy pidiendo que me alcancen un vaso que, efectivamente, contenga agua; con la única salvedad: no estoy precisando la cantidad de agua que quiero. Es decir, si me traen el depósito con una gota de agua o con mayor cantidad, el pedido habrá sido satisfecho y no habrá razón para el reclamo. Pero si lo que pido es “un vaso de agua”, la cosa cambia. No es que en este caso, estúpidamente, esté requiriendo un vaso que en lugar de haber sido hecho de cristal se haya empleado agua para confeccionarlo. No, nada de eso. Lo que estoy pidiendo es agua pero en una cantidad equivalente, más o menos, a la capacidad del depósito mencionado (que se aproxima a un cuarto de litro). La preposición “de” no tiene aquí significado de posesión o pertenencia; se usa, como dice el DRAE, “para señalar lo contenido en algo”. Pero, hay que comentar lo siguiente. Lo que indica el DRAE es muy genérico; puesto que, como ya lo he explicado, no se trata, así, tan ligeramente, solo de “lo contenido en algo”, sino de eso pero en una cantidad que coincide prácticamente con la capacidad de ese “algo” (el vaso, por ejemplo). Igual que como ocurre con el ejemplo del vaso de agua sucede con “balde de agua”: si queremos echar agua al fuego que amenaza con crecer y convertirse en incendio, diremos “échale un balde de agua” porque resultaría absurdo “echarle un balde con agua”. ¿Tiene usted mucha sed? Pues lo que le recomiendo es que beba un vaso de agua; no un vaso con agua. Y, al menos en esto, no le haga caso a la Televisión.

¿HACE HAMBRE?

CONSULTORIO DEL IDIOMA: "¿Hace hambre?" Uf, otra vez la televisión! Repetidamente se está usando esta disparatada manera de decir que se siente hambre: "hace hambre". Incluso hay un comercial que estos días se transmite en las pantallas en que aparece la frasecita de marras. ¿A qué se debe esto? ¿Es incómodo acaso decir "tengo hambre" o "siento hambre"? Intuyo que el origen está en que hay quienes tratan de establecer una suerte de semejanza o de analolgía con frases como las siguientes: "hace frío" o "hace calor". Pero tal cosa es descabellada. Cuando uno dice "hace calor" está refiriéndose a la temperatura que en ese rato reina en el ambiente, obviamente porque el cielo está despejado y el sol "quema"; es decir, en este caso, "hace calor" es una expresión digamos impersonal, que se refiere simple y llanamente al estado del clima. Sin embargo, existe lo que llamaríamos la contraparte, el "tengo calor" o "siento calor", que tiene que ver, específicamente, con la sensación personal de bochono, de quemazón, de fiebre, etc. No ocurre lo mismo con el tema del hambre. El hambre no es un "estado del clima", del "ambiente", sino una sensación de malestar producida por la necesidad de ingerir alimentos o, como dice el DRAE, "gana y necesidad de comer"; como, igualmente, pasa con la sed (¿o es que acaso, al sentir la necesidad de beber, usted diría "hace sed"?). Una sensación, una exigencia que la sentimos en el organismo o, dicho con otra palabra, que la "tenemos" en ciertos momentos. Por ello, lo indiscutiblemente correcto, es decir: "tengo hambre" o, "siento hambre". Conclusión: decir "hace hambre" no es más que una reverenda pachotada.

¿CEVICHE O SEVICHE?

¿Ceviche o Seviche? Acerca del origen que tiene el nombre del plato más conocido de la gastronomía peruana se han formulado diversas hipótesis y teorías. Hubo quien (Federico More) habló de que provendría de la palabra "cebo" porque en la Colonia así se llamaba, despectivamente, a ciertas comidas; la doctora Hildebrandt menciona el sufijo mozárabe "iche" como el que habría influido. El amauta Javier Pulgar Vidal encontraba el punto de partida en el quechua "siwichi" que signfica pescado fresco o tierno. El DRAE hace referencia al posible origen árabe ("sikbag"); incluso en algún momento se lo identificó con "escabeche". Aunque la Real Academia Española ha aceptado una sola posibilidad ("sikbag"), lo cierto es que no está definitivamente establecido cuál es el origen real de la palabra en cuestión. Respecto de la forma de escribirlo tampoco se ha establecido una sola; es, tal vez, una de las palabras que más formas de escribirse tiene, siendo todas homófonas. El Estado Peruano con "el objetivo de estimular, a nivel nacional e internacional, el consumo de este plato que se prepara en base de pescado, zumo de limón, ajo y sal" emitió una norma legal en la que declara el 28 de junio de cada año como el "Día del Seviche". Pero, en realidad, lo válido y legítimo es escribir en cualquiera de estas cuatro formas: cebiche, ceviche, sebiche, seviche. Así lo hacemos o podemos hacerlo, y así ha sido asimilado por la Academia. Como dice doña Martha, en cuestiones de la lengua el uso manda. Ah, pero si se trata del lenguado, lo que se impone es un cebiche (así, o como usted quiera escribirlo).

DAR DE SÍ.

"YO SIEMPRE DOY TODO DE SÍ". A una chica de la televisión (Frecuencia Latina) cuyo apellido suena a sinceridad le escuché decir algo como esto: "Yo trato de dar todo de sí", lo cual -empleando una expresión muy grata al celebrado Marco Aurelio Denegri- es una barbaridad. La bella chica -que hace un buen número de años fuera la reina del Festival de Viña del Mar- debió haber dicho: "Yo trato de dar todo de mí." Veamos lo que dice el DRAE respecto al bendito "sí" empleado por la conductora: "Pronombre personal. Forma reflexiva de la tercera persona. Usado en casos oblicuos de la declinación en ambos géneros y números, siempre con preposición. Cuando esta es con, se dice consigo." Huelgan mayores comentarios.

TALVEZ

La Real Academia Española "consagra" como expresión culta el siguiente par de palabras que hemos convertido en inseparables y usamos como locución adverbial, "Tal vez", con el significado de ‘quizá", "acaso’. Y el adverbio propiamente dicho (de duda) "Talvez", es aceptado tan solo como de uso americano. Así lo dice el Diccionario Panhispánico de Dudas: "En América se emplea ocasionalmente la grafía simple talvez, aún no asentada en la norma culta." Pero prácticamente todos, usamos "Tal vez"; es decir, dos palabras para reemplazar "quizá", "probablemente", "posiblemente", "de repente", "puede ser", "a lo mejor", etc. 

Sin embargo, en verdad se trata de un uso al que podríamos calificar de extremadamente absurdo. Me explico. ¿Qué tiene que ver "tal" con "vez"? ¿Existe alguna relación razonable entre el adjetivo demostrativo "tal" ("ese") y el sustantivo "vez" (referido a tiempo), que justifique la significación adverbial que le atribuimos? Pienso, sinceramente, que no. Aquí la arbitrariedad de la lengua se desbordó con todo. ¿Es reprobable tal cosa? No; todo lo contrario, es válido y legítimo. A pesar de lo descabellado y, si se quiere, "agramatical" de la construcción, el uso no solo le ha dado "carta de ciudadanía", sino -además- ha convertido en correcta la expresión, y todos la entendemos.

¿Y la expresión, en una sola palabra, "Talvez"? Se trata, ya, de un adverbio, porque tiene todos los atributos (aunque la Academia no la considere "culta") para sobrevivir como tal. Qué importa que haya sido formada por una conexión descabellada de dos voces; lo que importa es el verdadero significado que, como unidad, ya le hemos dado con todo derecho en nuestro Continente.

¿LA MOTOTAXI O EL MOTOTAXI?

Veamos. Si digo bicimoto lo que estoy haciendo es referirme a una bicicleta que funciona con motor; si digo motoniveladora estoy mencionando a una niveladora que, igualmente, funciona con motor. Por lo tanto, debemos entender que el género de estas palabras compuestas es el femenino ya que la voz principal que las forma es femenina: bici (de bicicleta) en el primer caso y niveladora en el segundo, y, como se ve, no es la ubicación lo que allí manda. 

[Hay un neologismo de uso masivo y permanente: Internet. Está formado por dos voces: inter, que significa "entre varios" y net, voz inglesa que significa red; o sea, "red conectada entre... varios" (claro, no son varios sino muchísimos, a nivel mundial). Si nos atenemos a la explicación dada, deberíamos decir que también corresponde al género femenino, por lo de "red"; sin embargo, por el hecho de que se trata de "net" (voz proveniente del inglés en que, para estos casos, no funciona el tema de géneros gramaticales) y no de "red", hay que entender que la situación es ambigua, que es una palabra a la que le corresponden los dos. Y, efectivamente, así lo considera el Diccionario de la Lengua Española (DLE): amb. Red informática mundial, descentralizada, formada por la conexión directa entre computadoras u ordenadores mediante un protocolo especial de comunicación. Y, asi, podemos decir el Internet o la Internet; y no hay razón para afirmar que es “preferible” usar la forma femenina, como equivocadamente sugiere el Diccionario Panhispánico de Dudas]. 

Mototaxi, que es una expresión nacida en las ciudades de nuestro país, está formada por "moto" que es femenino y "taxi" que es masculino. Ambos componentes tienen igual preeminencia: una moto que es taxi, o un taxi que es moto. Y no se trata, precisamente, como en los anteriores ejemplos, de un "taxi a motor" pues esa eventual definición no pone atención a la particularidad de sus características (todos los taxis son a motor).

Es legítimo, por lo expresado, decir "la mototaxi" o el "mototaxi". Y eso es lo que hacemos los peruanos: empleamos cualquiera de las dos formas.

(Según el El DLE, "mototaxi" es un sustantivo masculino. Sin embargo, resulta absurdo que, aceptándolo como tal -como masculino-, la definición que da sea la siguiente: "Motocicleta de tres ruedas y con techo que se usa como medio de transporte popular para trechos corto." Lo que debió decir el Diccionario -por solo aceptar el carácter masculino del término- es esto: "Vehículo de tres ruedas que se emplea como taxi y cuyo origen es una motocicleta". El DLE se equivoca, pues). 

Repito: es válido, correcto, decir “la mototaxi” o “el mototaxi”.

lunes, 27 de febrero de 2012

"¿DELANTE MÍO?"

"¿DELANTE MÍO?" No solo en el Perú sino también en otros países se usa esta forma que gramaticalmente es incorrecta; igualmente se dice "detrás mío". Se reemplaza, de este modo, a las expresiones "delante de mí", "detrás de mí". Evidentemente el error de uso parte de un error de concepto: creer que la expresión "de mí" puede reemplazarse con el pronombre posesivo "mío", porque erróneamente a la preposición "de" se le da la calidad de posesiva -"De quién es esto? De mí"- cuando, en realidad, tal preposición solo puede usarse en unión con el mencionado pronombre si es que su significado es de pertenencia o, como expresa el DRAE, "denota de dónde es, viene o sale alguien o algo" ("De mí no esperes nada malo."). A lo dicho debemos agregar, recurriendo al Diccionario Panhispánico de Dudas, que, siendo "delante" o "detrás" adverbios, "no se considera correcto su uso con posesivos"; debiendo decirse delante (o detrás) de mí, delante (o detrás) de él, etc. Es que, en verdad, resulta absurdo, descabellado, el empleo del posesivo, ya que el "delante" o el "detrás", por no ser sustantivos, no pueden convertirse en objetos de propiedad o de posesión: "Caballo mío" (caballo que poseo o es de mi propiedad); "delante mío" (¿poseo el "delante" o es de mi propiedad?).

EVENTO

EVENTO: Hace algún tiempo, un amigo me decía que cualquier cosa podía admitir, menos el que se llame evento a una actividad programada como una pollada o un recital, por ejemplo. Argüía que evento es aquello que ocurre de modo imprevisto, es decir, "eventualmente". Efectivamente, evento es, como lo dice el DRAE, "eventualidad, hecho imprevisto, o que puede acaecer"; algo ajeno a la voluntad humana. Pero no es menos cierto que, habida cuenta que la arbitrariedad es uno de los principios del signo lingüístico, las palabras pueden tener ahora un significado determinado y mañana tener uno distinto e incluso opuesto (recuérdese, por ejemplo, lo que significó antiguamente y significa ahora "mariscal"). Esto ha ocurrido con "evento": no ha cambiado su significado, sino que al anterior se ha sumado uno nuevo que es opuesto. Evento es, pues, lo que ocurre sin que lo hayamos previsto, eventualmente; pero también es aquella actividad importante que hemos programado con una conveniente anticipación.

"¡BAJAN CRUZANDO!"

‎"BAJAN CRUZANDO!". Dice el cobrador del micro o la combi: "Bajan en la esquina!", y el chofer, diligentemente, detiene el vehículo y enseguida algún pasajero desciende. Más allá, una de las personas que aún continúan en viaje grita desde atrás: "Bajan cruzando!". El conductor, que ha escuchado el anuncio, apenas termina de cruzar la avenida que atraviesa la vía por la que se desplaza el carro, frena y, ¡listo!, baja uno o bajan dos o más pasajeros. ¿Todo entendido? Todo. Pero, veamos una cosa. Lo que dice el cobrador ("Bajan en la esquina!") no presenta motivos de observación, porque cuando se trata, como en ese caso, de avisar que alguien -o más de una persona- va a bajar, se recurre a la conjugación del verbo en plural aludiendo también al pronombre en plural de la tercera persona (ellos) porque esa es la forma de referirse a la acción que va a realizar o que ha realizado alguien a quien no conocemos ("han matado a un delincuente"). Así ocurre también en inglés. Pero si quien avisa es la misma persona que quiere bajar del vehículo, ¿por qué tiene que decir "bajan" si no está refiriéndose a otro u otros pasajeros? La forma correcta es hacerlo en primera persona: si se trata solamente de usted debería decir "bajo en la esquina" y sin van a bajar usted y sus amigos, "bajamos...". Bien. Lo que es igual o peor de grave, es el "bajan cruzando". Qué se quiere decir con este aviso, pedido u orden: decirle al chofer que un pasajero quiere bajar inmediatamente después de haber cruzado el vehículo la calle o avenida transversal, es decir, donde comienza la cuadra. Hacer esto, en principio, es una falta grave que merecería una papeleta policial o municipal, porque -obvio- esa esquina no es paradero. Pero, además, si nos atenemos exactamente al mandato de la expresión dicha ("bajan cruzando") tendremos que comprender que el carro deberá detenerse antes de haber llegado a esa bendita esquina, es decir, cuando aún no ha terminado de cruzar, porque eso es lo que sinifica el verbo "cruzar" en forma de gerundio: cruzando es la acción de cruzar sin haber concluido (gerundio: "suele denotar acción o estado durativo"-DRAE). Lo correcto, si correcta fuera la acción misma, sería decir: bajo inmediatamente después de haber cruzado la calle o avenida. Uff, pero es tan larga la frase!

Nota: Por qué en lugar de poner "debe decir" ponemos en esta explicación "debería...". Por una sencilla razón: en este Consultorio únicamente se pone atención a lo que son errores, pero sin proponer ni querer imponer criterios de uso; esto le corresponde, con democrática autoridad, a los usuarios del idioma. Sin "bajan en la esquina" se impone, pues se impondrá. Nadie tiene por qué fungir de guardián del idioma, menos nosotros.

¿CARABAYLLO?

¿CARABAYLLO? En la zona norte de Lima se localiza un importante distrito cuyos límites son, por el norte y noreste con el distrito de Santa Rosa de Quives (provincia de Canta), por el sur con el distrito de Comas, por el este con el distrito de San Juan de Lurigancho y por el oeste con el distrito de Puente Piedra y el distrito de Ancón; su población alcanza, aproximadamente, a los ciento cincuenta mil habitantes. Se sabe que es una de los primeros distritos que creó el Libertador San Martín. Su nombre, acerca de cuyo origen no existe precisión, se escribe "Carabayllo". Lo curioso es que, siendo escrito como aquí se consigna, la pronunciación que le damos es acentuando la "y", con lo que resulta, fonéticamente, así: [Ca.ra.ba.í.llo], es decir, una palabra con cinco sílabas, a pesar de que, gráficamente (es decir, en su escritura) solo tiene cuatro. La "y", después de vocal no tiene por qué ser pronunciada como "i" acentuada (/í/); sería inadmisible, por ejemplo, que "caray" fuera pronunciado como "caraí" (tres sílabas). Tal como lo escribimos, el topónimo Carabayllo debería pronunciarse así: [Cara.báy.llo]; sin embargo, debido a que esta no es su legítima pronunciación, creo que lo correcto sería que se modificara la forma de escribirlo: usando la i latina acentuada en lugar de la y; o -de lo contrario, aunque creo que es un poquito difícil en los teclados- ponerle tilde a la "y"; o, simplemente, cambiar su pronunciación. 

¿BIZCOCHITO?

¿BIZCOCHITO? No sé si se ha llegado a determinar el origen del nombre -o, mejor dicho, de los nombres- de aquel plátano muy pequeño que es sumamente agradable y cuyo sabor es muy diferente al que tienen los demás. Muchas personas le dicen "manzanito" o "bizcochito". El nombre "manzanito" muy bien podría pasar porque, si ponemos especial atención a los sabores nos daremos cuenta de que, en verdad, entre el minúsculo plátano y la manzana hay una aproximación notable. Allí podría estar la explicación. Pero cuando pasamos al otro lado, la cosa cambia. Nada tiene que ver, según parece, ni el sabor ni cualquier otra característica del pan dulce con la fruta de marras. En realidad, se trata -probablemente por confusión auditiva- de una deformación del nombre dado originalmente a este plátano. Hay una expresión, que creemos es muy peruana, con que solía (en pasado, porque actualmente ya casi no se escucha) aludirse a las personas y animales pequeños, "menuditos", y también -más comúnmente- a un ají (variedad peruana) de ligero picor que, para variar, también es muy pequeño. El platanito de que hablamos es pues, el "plátano miscucho" y no bizcocho.

¿CHECAR?

¿CHECAR? Lo usual en el Perú ha sido siempre emplear el verbo transitivo "chequear", es decir, examinar, controlar, cotejar. Es un verbo que proviene del inglés "to check" que significa comprobar. Y, como sin duda es obvio, su conjugación resulta muy sencilla por regular: Yo chequeo, tú chequeas, él chequea, nosotros chequeamos...Debido, según parece a la presencia de telenovelas y series mexicanas, nuestros jóvenes parecen no darse cuenta de la existencia de este sencillo, eficaz y enfático verbo; solo los mayores lo tomamos en cuenta. En un diálogo muy común entre los muchachos podemos escuchar algo así: "Kevin dice: No me enviaste lo que te pedí. Le responde Vanessa: Sí, checa tu mail y lo encontrarás." Bueno, los ejemplos dados son actuales, no solo por lo que se refiere al tema en cuestión, sino porque los nombres escogidos son los que más se escuchan en colegios y universidades. Como hemos dicho (y lo repetiremos siempre) el uso manda, y es probable que "checar" llegue a imponerse en nuestra población, y no somos quienes para oponernos. Lo que queremos precisar es solo una observación e inquietud, dada nuestra ignorancia. Si chequear se conjuga tal como lo hemos señalado, cuál sería (o es) la conjugación que se hace con "checar"? A ver ensayemos: Yo checo, tú checas, él checa, nosotros checamos...¿Qué les parece? Como "Monchi" de Pataclaun, solo podríamos decir: "Horrible, oye!"

¿PEDEAR?

¿PEDEAR? Yo siempre he empleado el verbo pedorrear; en mi tierra, y creo que en todos o en la mayoría de los pueblos de provincia, especialmente serranos, esa es la forma de referirse al hecho de "tirar pedos". Al poco tiempo de estar en Lima supe que aquí eso no era común o que prácticamente no existía ese uso. Recuerdo que en el trabajo alguien hizo circular una de esa "cartas en cadena" en la que se proponía su multiplicación y se señalaban advertencias malignas si no se cumplía el pedido; una de esas advertencias se basaba en que alguien que no había cumplido con el reenvío se había visto, entre otros malestares insoportables, en la imposibilidad de "pedear". Yo -serranito recién bajado- no me atreví a comentar que aquello me parecía un error. Pero, ahora, tantos años después, me doy cuenta de que, en realidad, esa debiera ser la manera correcta de convertir el sustantivo "pedo" en verbo: pedear. La Academia no lo considera, lo cual es explicable: esta forma verbal no es común. Lo que sí aparece consignado en el DRAE es pedorrear, pero muy bien sabemos que tal verbo no significa simplemente "tirar" o echar pedos, sino echarlos repetidamente, es decir, una pedorrea; el elemento compositivo "-rrea" significa precisamente flujo, acción de manar, derramamiento (diarrea, seborrea, verborrea...). Por sentido común, creo que la Academia bien podría comprender la necesidad de considerar "pedear" como legítimo verbo derivado del sustantivo pedo; como, por ejemplo, pasa con corear que proviene de coro. Pero, eso sí, siempre que se haya verificado que su uso corresponde a un amplio sector de la comunidad lingüística de habla hispana, con lo cual quedaría establecida su real legitimidad.

NO ES EL MONUMENTAL DE LA "U"

NO ES EL MONUMENTAL DE LA "U". Hace como veinte años que lo escuché por primera vez. Lo dijo un psicólogo, profesor universitario. Y, según he podido constatar, son precisamente los psicólogos quienes lo usan con mayor frecuencia, por ejemplo cuando se refieren, entre otras cosas, al desarrollo cognoscitivo del niños que se da, según estudió Jean Piaget en etapas o fases más o menos marcadas: sensoriomotor, preoperacional, operacional concreta, operacional formal. Claro, su uso también se da en la medicina cuando, digamos, se hace referencia a cada "uno de los tres (períodos) que se observan en cada acceso de fiebre intermitente" (DRAE). Pero, como suele ocurrir con muchos sabios profesionales, las palabras silvestres (por incultas, agrestes y rústicas) casi siempre son obviadas, desdeñadas, despreciadas, ya que -obvio- da "más caché" el uso de términos medio rebuscados. Entonces, se deja de lado expresiones como etapa o período y se recurre al empleo de esta otra que es cuatrisílaba: estadío (como se ve: con acento en le "i"). Sugiero revisar el Diccionario a ver si la encuentran. La palabra correcta es esta que tiene tres sílabas y no lleva por ninguna parte tilde: "estadio", que -es fácil deducir- casi nadie se atreve a usar para referirse a etapas, fases o períodos por temor a confundirla con el Monumental de la "U" que también es un estadio, pero con otra significación: como recinto deportivo.

¿NUESTRO CASTELLANO?



¿NUESTRO CASTELLANO? En verdad sería lindo si esto, que en diálogo reciente sugirió un amigo, pudiera hacerse efectivo: “preservar” el castellano nuestro. La realidad, sin embargo, casi siempre es adversa a los buenos deseos; Luis Cernuda, el gran poeta español calificó a la realidad como "un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo". 
      En primer lugar es casi imposible afirmar con certeza cuál es el castellano peruano, puesto que hay más de uno según la zona o región en que se le habla. Cada uno tiene sus propias particularidades, no solo por el "dejo" (los cantaditos de Loreto, Piura, y Cajamarca, el acentuado al final de Arequipa, el poblado de "seseos" de Puno, etc.), sino también por su léxico diferenciable. El castellano de Pallasca, mi tierra, por ejemplo, no se parece al del Callejón de Huaylas; somos ancashinos, pero hablamos con algunas características diferentes. En Pallasca, el castellano tiene tres vertientes alimentadoras: El culli -lengua anterior a los Incas-, el quechua y el español. Y es rico y hermoso. Tenemos expresiones como estas muy sugestivas: "muganshya", "chúrgape", "surrupear", etc., etc. 
      Nuestro castellano, el de cada uno de nuestros pueblos, no es una lengua "pura" (en el sentido que se conoce como "pureza": sin influencia de otras lenguas). En su impureza está su fortuna. Por lo demás, ninguna lengua es pura (¿alguien puede demostrar lo contrario de lo que digo?); las puras han desaparecido o están en proceso de extinción (el latín y algunas o muchas aborígenes). Mi apellido es Álvarez, patrónimico de Álvaro; y, hasta donde sé, proviene remotamente de la lengua árabe. 
      La influencia, intercambio o, si se quiere, el "colonialismo" idiomático (he puesto comillas, por si acaso), es decir, los préstamos, no son nada nuevo (más del 70% de los vocablos en nuestro idioma son préstamos); tal vez sea razonable la preocupación de algunos, pero la asimilación de expresiones ajenas es (debemos asumir esta verdad) irrefrenable, inevitable. Sin quisiéramos impedir que eso ocurra, habría la necesidad de ir en contra de más de un derecho; uno de ellos la libertad de expresarse (cerraríamos los canales de televisión, por ejemplo) y para que eso ocurra, ya que no podría hacerse en democracia, nos veríamos -caballero nomás- obligados a avalar una dictadura, con lo cual se iría al diablo todo lo conquistado. 
      En temas de la lengua no tienen por qué intervenir los gobiernos. La Academia (que no nos gobierna a nosotros los hablantes) interviene para proponer, es decir, sugerir la conveniencia de aceptar ciertas reglas como "correctas", pero jamás imponer; nadie le ha dado autoridad para imponer. En asuntos de comunicación entre personas (lenguaje, lengua, habla) la democracia se cumple a cabalidad: mayoría manda y la imposición se da de abajo hacia arriba. Los académicos admiten, porque tienen que admitirlo, lo que el uso manda; nunca es al revés (admiten, no consagran; no pueden autorizarnos ni prohibirnos, y no tenemos por qué aceptarlos como si fueran patrones).

OJALÁ

OJALÁ. Se trata de una interjección que expresa el deseo de que algo suceda. Audaz, Juan Luis Guerra puso en su canción: "ojalá llueva café del cielo"; y, perverso, el grupo de Los Hermanos Yaypén, canta: "ojalá que te mueras y se abra la tierra, te hundas en ella y todos te olviden". Se trata de una de las expresiones que, sin duda alguna, debe ser la que más se emplea en la comunicación diaria, debido a que, frente a la realidad y sus carencias, lo que más ponemos de manifiesto son buenos o malos deseos. Proviene, como lo indica el DRAE "del ár. hisp. law šá lláh, si Dios quiere". Así, tal como aparecen en las frases que hemos citado, es como los peruanos la empleamos desde mucho tiempo atrás. Pero ocurre que desde México (cuándo no!) nos llegó otra modalidad de uso que nuestra gente joven, siguiendo a los personajes de la televisión (que son los primeros en "plagiar" usos ajenos, porque el esnobismo parece circular por sus venas) ha asumido como suya. Ya no dicen, por ejemplo: "Ojalá apruebes tu examen", sino de esta otra forma: "Ojalá y apruebes...". ¿Qué diablos hace, entre aquella expresión de deseo y el verbo ese bendito "fonema consonántico palatal y sonoro" que, cuando no forma parte integrante de una palabra se comporta como conjunción copulativa? Nada bueno, sin duda; aquí su presencia es simple y llanamente inútil. Lo único que logra, al pegarse al "ojalá" es construir eso que conocemos como un idiotismo. Pero, claro, como en la tele el "ojala y..." fue empleado por Gisela, bacán, lo uso yo también y, así, seré admirado por los patas del barrio. Y así como el "ojalá y...", también tenemos esta otra insufrible expresión importada: "No se vale".

¿MARCHANTE?

¿MARCHANTE? 

Veamos, caminante es el que camina ("Caminante, no hay camino, se hace camino al andar..."); ayudante, el que ayuda; hiriente, el o lo que hiere; dirigente, el que dirige; dependiente, que depende...

El sufijo -nte, como lo señala del DRAE, "forma adjetivos verbales, llamados tradicionalmente participios activos", y puede tomar las formas -ante, -ente o -iente. "Significa 'que ejecuta la acción expresada por la base'; los ejemplos que hemos dado son lo suficientemente ilustrativos. 

Sin embargo, hay adjetivos en los que aparecen sufijos como los mencionados pero que no se presentan como "participios activos"; vemos uno de ellos: "Inmanente" ("Que es inherente a algún ser o va unido de un modo inseparable a su esencia, aunque racionalmente pueda distinguirse de ella."). Y se dan casos, también, de adjetivos con similares características que pueden prestarse a confusión semántica. Uno de esos adjetivos es el que aparece al principio de esta nota como título: "Marchante". ¿Qué significado nos sugiere? Es obvio: marchante, el que marcha. Pero no es así. Los pobladores -cientos o miles, no lo sabemos- que vienen en caminata hasta la Capital y traen como exigencia el derecho al agua y la vida, no son marchantes, aunque entre ellos es muy probable que haya más de uno. Marchante es -al menos en Argentina se le conoce como tal- "vendedor ambulante, y, repetimos, no faltará algunos que estén, en medio de la masa entusiasta y sudorosa, ofreciendo al menos sánguches y gaseosas. Pero hay, además, un significado menos agradable: "traficante", es decir, el que hace "negocios no lícitos". De estos, creemos estar seguros, no hay uno solo entre nuestros compatriotas que muy pronto -porque ya están cerca de Huacho- llegarán a Lima para plantear sus exigencias. 

Ya lo hemos dicho en una oportunidad anterior, y lo repetiremos cuantas veces sea necesario hacerlo, esto que aquí señalamos se basa en lo que ya, legítimamente, ha sido asimilado al Diccionario por la Academia; y no es nuestro propósito sugerir el cambio o la eliminación de ciertos usos idiomáticos. Si adjetivos como "marchante" logran imponerse con un significado diferente al que actualmente les corresponde, caballero nomás, así será. Pero por ahora, y sabe Dios hasta cuándo, la palabra marchante  nada tiene que ver con marchas o desfiles de indignados. 

Veamos lo que dice el Diccionario: "marchante. Del fr. Marchand. Dicho de una embarcación: mercante.// Comerciante, especialmente el que comercia con obras de arte. //Vendedor ambulante". Claro, ¿no es verdad?

¡ASU MARE!


De frente al grano. Siempre me he preguntado por qué se suele escribir una muy usual, pintoresca y contundente interjección peruana, de este modo: "Asu mare". Carlos Alcántara, hace unos años estrenó un desternillante "unipersonal" al que le puso por nombre "Asu mare". "Mare", obviamente, es una degeneración muy familiar del sustantivo "madre". En esto, todo claro. Pero el  vocablo "asu" (que, por cierto, no aparece en ningún diccionario) ¿de dónde salió, qué significado concreto puede tener? Pues -aunque parezca increíble- creo que no es muy difícil averiguarlo; la forma como se le emplea ayuda a entenderlo. Se trata obviamente de una suerte de interjección que -según el caso- puede ser de sorpresa, de fastidio o queja, o de indignación. Desde mucho tiempo atrás se se le ha venido usando no solo individualmente, sino seguido de "diablo", "madrina", "entierro", "macho" y, claro, también "madre" o "mare" (¡Asu, diablo! ¡Asu, macho!...). Sin embargo, el "asu", me parece medio descabellado. Yo he tenido -aún la tengo- una hipótesis o sospecha según la cual la manera más “razonable” de escribir la expresión resultante debería ser así: "¡Ah, su madre!", en la que, como puede advertirse, el "su" no cumple papel de adjetivo ni de nada que pueda tener un significado específico, sino simplemente -lo cual es legítimo- sirve como un conector, entre la interjección que allí aparece y el sustantivo agregado, con la única finalidad es darle énfasis (y hasta, si se quiere, "eufonía") a la expresión. Mi amigo, el escritor Julio Carmona, tiene otra hipótesis, que me parece razonable; "podría derivar -afirma- de "Para su madre" (convertida en "pa' su madre"). Pero, en realidad, son dos formas expresivas: "Ah, su..." y "pa' su...". La más antigua sería la segunda de las mencionadas, aquella a la cual se refiere Julio. Efectivamente, recuerdo haberla escuchado y dicho cuando niño: "Pa' su diablo!", "¡Pa' su, machu!" etc. Propongo, sin embargo, otra hipótesis que (aunque suene aventurada o atrevida) me parece muy cercana a la realidad. "Asu mare" sería una forma eufemística de "mentar a la madre", no con ánimo de agravio sino como simple expresión -ya lo dije antes- de sorpresa, de fastidio o queja, o de indignación e incluso de celebración y, en tal sentido, sería la versión más depurada o refinada de "¡'cha su madre!" o "¡'cha su mare!", cuyo empleo suele darse como en este ejemplo: "'cha su mare, qué bacán!". En tal sentido, el "¡asu mare!" sería, pues la interjección formada por dos elementos: la contracción de una expresión "impronunciable" que ha sido escamoteada por un aféresis digamos extremo y  un simple adjetivo posesivo, y la voz "vulgarizada" de la palabra "madre" ("mare"). Me explico. El aféresis al que me refiero corresponde a la letra "a" (de "cha" o, más claramente, de "concha") y el adjetivo posesivo e "su". En resumen: el "¡asu mare!" sería la versión "decente" del terrible "¡Concha de su madre!"; repito, no como agravio o insulto, sino solo como  expresión de sorpresa o de celebración, de indignación o de queja.  Pero si la muy famosa interjección la escribiéramos de este modo: “¡Ah, su mare!”, lograríamos hacerla “menos agramatical”. En fin, sea como sea, lo cierto es que ¡estamos frente a un peruanismo bien peruanazo!

RACISMO

RACISMO: Veamos. Si, al dirigirme a una persona con rasgos andinos, le digo "Cholo de mierda!", ¿estoy incurriendo en racismo? Y si la persona a quien me dirijo tiene las características físicas de Fujimori y, por ello, se me ocurre lanzarle un "chino de mierda!", ¿qué estoy haciendo, también racismo? Y si frente a mí apareciera Karl, el marido de la cantante "Flor de Huaraz", y yo le espetara, inmisericorde, el "gringo de mierda!", ¿qué estaría haciendo, igualmente racismo? Evidentemente, ni en el primero ni en el segundo y tampoco en el tercer caso hay racismo. El decir "cholo", "chino" o "gringo" es solo una manera de tratar, que se ha convertido en un uso familiar muy común y que -asumámoslo ya- carece de connotación ofensiva. La agresión se da cuando, como en los ejemplos, nos atrevemos -con ensañamiento, alevosía y mala fe- a sumar una calificación grosera e inadmisible, como esta: "...de mierda". Hace algún tiempo escuche a la directora de una ONG que manifestaba su fastidio porque al referirse a una muchacha afrodescendiente, la gente acostumbraba decir, por ejemplo, "la morena Raquel". "Por qué tienen que decir "morena", refunfuñaba. ¿También eso es racismo? En otras palabras: soy negro, pero no me digan negro; soy chino, pero no me lo recuerden; soy cholo, pero si me lo dicen, me insultan. Yo creo que, en realidad, lo que pasa con el vocablo "cholo" no es tanto la rabia -infundada, por cierto- frente a lo que se considera una reprobable muestra de racismo en quienes la emplean para dirigirse a un peruano de origen serrano. No. Lo que ocurre es que, así como casi nadie quisiera apellidarse Quispe (y sé de casos en que se han efectuado cambios de apellido), muchos no aceptan que se les llame cholos, sienten vergüenza. Así de simple. Hay todavía -a pesar de Magaly Solier y otras buenas voluntades- un resquemor frente a todo lo andino, a todo lo quechua. Se ha avanzado bastante, sin embargo, pero falta mucho. Y, no podemos negarlo: una de las personas que, en el tema específico de la expresión "cholo", ha ayudado a que sea asumida con orgullo, ha sido Alejandro Toledo. Hay quienes afirman (obviamente en alusión a la etapa de la esclavitud) que "negro" es signo del oprobio. Negro es un color, simple y llanamente un color. Si yo fuera negro y considerara que realmente es "signo de oprobio", con justa razón sentiría rabia y vergüenza y probablemente querría, como hizo Michael Jackson: despigmentarme la piel; es decir, curaría el oprobio con una medicina oprobiante. El problema, pues, no está en el uso original, remoto, que pudo habérsele dado a tal o cual término, sino en el prejuicio con que actualmente queramos emplearlo o entenderlo. Hace algunas décadas hubo en Norteamérica un movimiento (el “Black Power”, ¿lo recuerdan?) que buscaba acabar con la vergüenza racial y difundieron, como slogan, una frase significativa: "Black is pretty" (Lo negro es bello). De eso se trata: de asumir nuestros rasgos y nuestra identidad, repito, con orgullo y dignidad. Cuando estemos seguros de que nuestros rasgos físicos, nuestros apellidos, el tonito al hablar, el pueblito humilde donde hemos nacido, la manera de vestirse de nuestros padres, la lengua que nos legaron nuestros ancestros, no son, para nosotros, motivo de vergüenza, sino alimento de nuestra dignidad, a partir de ese momento podremos estar seguros de que, por fin, comenzó a hacerse realidad la inclusión social. Cuando las personas, cualquiera sea su extracción social o étnica, no se sientan vulnerables ni pretendan ni acepten ser envueltas en una cápsula hermética, sabremos que todos somos iguales. Mientras haya quienes, en nombre del respeto y la inclusión, las traten como a minusválidos, con el "pétalo de una rosa", nada bueno se habrá ganado. Inclusión no es sinónimo de sobreprotección. Si algo de bueno tiene el vals que cantaba Abanto Morales, es su título: "Cholo soy, y no me compadezcas!"

¿CASTELLANO O ESPAÑOL?





¿CASTELLANO O ESPAÑOL? He leído, en una página dedicada a
Cartularios de Valpuesta
temas del idioma, que debemos llamar "español" a nuestra lengua y no "castellano" porque este término es un arcaísmo. Error. No es un arcaísmo y tampoco el DRAE lo considera así. Es probable que en muchos países no se diga "castellano" para referirse a nuestro idioma; en el Perú sí. Y es un uso actual, vigente. Los arcaísmos no son precisamente elementos lingüísticos antiguos, sino -como bien lo precisa el DRAE- anticuados; es decir, que están en desuso desde hace tiempo, que son voces "pasadas de moda", propias de otra época. La lengua que usamos es nuestra, de antes y de ahora; no es anticuada, es actual. El nombre que le damos es también antiguo, pero no anticuado, porque está en uso. Se dice castellano porque nuestro idioma proviene del dialecto románico nacido en Castilla, y porque, tácitamente, "se quiere introducir una distinción respecto a otras lenguas habladas también como propias en España" (DRAE). Si con el tiempo llegara a usarse solo el sustantivo "español" para referirse a esta lengua que es hablada por más de trescientos millones de personas en el planeta, el otro glotónimo ("castellano") entonces podría "pasar de moda" y convertirse, con el tiempo, en arcaísmo, y si ello ocurriera sería legítimo. El castellano ha sufrido, es cierto (porque es como un organismo vivo), significativas transformaciones y casi diariamente se modifica por el uso; en el Perú, por ejemplo, podemos decir que hay "distintos" castellanos, cada uno caracterizado por sus propias particularidades debidas al aporte de otras lenguas. En mi tierra, Pallasca, el castellano es rico: se ha alimentado desde tres vertientes, el culli -lengua anterior a los Incas-, el quechua y -obviamente- el español. Cosa parecida ocurre en otros puntos del país. Y eso no significa que, por esos cambios, tenga que decirse que lo que hablamos los de Pallasca es "pallasquino" o los de Arequipa, "arequipeño". Lo que sí es válido decir es "castellano pallasquino", etc. Por ahora, la situación sigue más o menos inalterable en cuanto a las acepciones de castellano y español; la única diferencia está en que al decir "castellano" hacemos alusión al lugar específico -dentro de España- en que nació, y al decir español estamos señalando, genéricamente y sin ningún ápice de error, que el idioma que hablamos vino de España. Completamente claro.  Ergo (o sea: por tanto), para nosotros es
 lo mismo decir castellano o español para referirnos a la lengua que hablamos, y el uso de ambos glotónimos (nombre que se le da a una lengua o idioma) es plenamente válido.